El jugador de papel o el Mozart del fútbol, el austríaco Matthias Sindelar fue considerado en los años treinta como el mejor jugador del mundo.
Judío, nacido en Kozlov (Moravia) y emigrante junto a su familia en el barrio de Favoriten (Viena) se crió jugando al fútbol en las calles.
Sindelar debutó en la primera división con 15 años en el Hertha de Viena, en 1918, aunque en 1924 pasó al más popular Austria Viena, pero una lesión importante en su rodilla lo obligó a tomar precauciones y a usar protectores, especialmente una rodillera que lo caracterizaba.
Sindelar viviría su peor pesadilla cuando Austria entra en la Anchluss, la inclusión en 1938 de Austria dentro de la Alemania nazi como una provincia del III Reich.
Quedaban apenas tres meses para que se disputara el Mundial de 1938 en Francia, y el Führer, como Mussolini en 1934, ya había advertido del poder propagandístico del fútbol y su utilidad como elemento manipulador. El wunderteam (equipo maravilla), como era conocida la fabulosa selección austriaca dirigida por Hugo Meisl, fue obligado a fundirse con la selección alemana para la gran cita.
Sindelar se negó a formar parte de esa nueva y poderosa Alemania. Simuló lesiones para eludir las convocatorias porque le repateaba el hígado simplemente pensar que antes de empezar el partido tendría que ejecutar el saludo nazi. No quería doblar la rodilla ante los culpables de la muerte de muchos conocidos judíos y, a su manera, con el balón y su destreza, le ganó una batalla futbolística al régimen hitleriano.
Para celebrar la anexión, se disputó un amistoso entre Austria, que se despedía como selección independiente, y Alemania. Esta vez, ninguna lesión salió de la boca de Sindelar para excusar su ausencia. Las crónicas de la época cuentan que los austriacos habían recibido la orden de dejarse ganar, algo que al larguirucho delantero rebelde no le gustó.
Durante el primer tiempo, Sindelar burló a los alemanes, pero cuando llegaba la hora de marcar, tiraba la pelota fuera y volvía a su campo meneando la cabeza como desencantado. En el segundo tiempo, se hartó de la pantomima y empezó su espectáculo con el balón. Un regate por aquí, un sombrero por allá y un gol de vaselina.
Lo más grave, sin embargo, estaba por llegar. Después de anotar el tanto, a Sindelar se le ocurrió bailar frente al palco de autoridades nazis, un gesto ofensivo que enfureció a los allí presentes,interpretado como una deshonrosa ofensa.
Desde entonces, la Gestapo le consideró un elemento subversivo, capaz de arrastrar a las masas en contra del nacional socialismo. Fue perseguido por la policía nazi, hasta que el 23 de enero de 1939 descubrieron su cadáver y el de su esposa, también judía, en su apartamento de Viena. La principal teoría sobre su muerte, que nunca quedó clara, apunta a un suicidio por inhalación de gas. Sindelar no soportaba ya el ambiente en tiempos en los que se avecinaba la guerra a pasos agigantados.
Cuando se supo de la muerte de Sindelar, muchos de sus ex compañeros se encontraban jugando un partido en territorio austríaco y no entendieron que el árbitro parara el juego, pero al darse cuenta del motivo, muchos quedaron tirados en el suelo, llorando y abatidos.
A su entierro, acudieron 40.000 personas bajo fuertes medidas de seguridad porque se temía una rebelión de los asistentes. En Viena, figura la Sindelarstrasse, esa calle del rebelde goleador donde suenan los ecos del poema que le dedicó el austriaco Friedrich Torberg: “Jugaba al fútbol como ninguno/ponía gracia y fantasía/jugaba desenfadado, fácil y alegre/siempre jugaba y nunca luchaba”. Salvo contra la sinrazón hitleriana, a la que burló y regateó dedicándole su gol más sentido.
La revista inglesa World Soccer lo colocó entre los mejores cien jugadores de la historia y la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol lo denominó como mejor jugador austríaco de todos los tiempos. Un trágico final.Una historia para recordar.